Este viernes me reencontré con
compañeros del colegio, gente a la que no veía desde hace 27 años
y he de decir que fue una experiencia muy agradable, que jamas se borrara de mi memoria. El tiempo nos ha
tratado bien y ahora algunos somos padres de niños como aquellos que
fuimos cuando nos conocimos.
Vinieron esa noche a mí esos recuerdos
ocultos en mi subconsciente por años de madurez y pérdida de
inocencia.
Recuerdos de esa etapa de la vida en
la que todo el mundo era un mundo por descubrir, ese tiempo en que la
más ínfima de las cosas se convierte en una incógnita que nos
hace crecer poco a poco como personas. Recuerdos de recreo en un
patio de colegio con bocadillo de paté en la mano, viendo a un grupo
de chicos jugar al fútbol en un campo de polvo y tierra, con las
rodillas y los codos plagadas de heridas de caer al suelo.
Recuerdos de una clase repleta de
chicos y chicas, cómplices de pupitre que nunca pensaron en que sería de sus vidas cuando
fueran mayores y que entonces cada cual a su modo, casi sin saberlo,
eran felices.
Vienen a mi mente retazos de esos
momentos de complicidad con tu amigo del alma, aquel al que le
prometiste que jamas nada ni nadie nos separaría y al cual, el
indolente e inmisericorde tiempo se encargó de hacerte romper esa
promesa.
Esa infancia en la que descubrías ese
primer amor en aquella niña de pelo azabache y ojos miel, el amor
platónico que te debía de acompañar como una pesada losa a tu
espalda haciéndote revolotear un montón de mariposas en el
estómago y tartamudear al dirigirte a ella y el cual tu vergüenza
nunca se atrevió a confesar.
Esas tardes de sueño en aquella clase
al sol de primavera que hacia que te escaparas por el cristal de la
ventana acompañando en su volar a aquellos gorriones que se posaban
en las ramas del árbol del patio y te sacaban del sueño tedioso de
una explicación de Mates.
Aquellas primeras vacaciones sin tus padres y en las que todo era una
aventura, con esas noches de insomnio por la excitación de un día
plagado de experiencias nuevas.
Este viernes volví a notar mi corazón
trotar al galope como trotaba en el pecho de aquel niño de pelo
largo y negro, con aquellas mejillas sonrosadas, esos ojos verdes y
esa sonrisa pícara de aquel que hace 28 años subía las escaleras de
su colegio para subir a clase.
Ese colegio era el TRABENCO,
a él y a todos aquellos que como yo vivieron esto les dedico hoy mi
pensamiento